VIOLENCIA EN COLOMBIA

Colombia soporta, particularmente a partir de la década de
los ochenta del siglo pasado, la más grave crisis de carácter humanitario de
todo el hemisferio occidental. Las estadísticas la muestran como el país con el
más alto índice de homicidios del mundo por cada 100 mil habitantes (78.2
seguida de lejos por Jamaica con el 27.7 y Rusia con el 20.2)1; el segundo con
el mayor número de población desplazada -cerca de 3 mil millomes de personas-
como consecuencia del escalamiento del conflicto interno durante los últimos
quince años; posee el mayor número de secuestrados al año -cerca de 3.7002- y
es el tercero, a nivel mundial, en tener sembrado su territorio de minas
antipersonas, que anualmente causan la muerte o la mutilación a cientos de
inocentes, particularmente campesinos y menores de edad.
Posiblemente por debajo de los índices masivos de brutalidad
provocados por la confrontación entre utus y tutsis en Ruanda y que conmovieron
a la opinión internacional hace pocos años, Colombia ha padecido desde la
década mencionada, numerosas masacres de campesinos e indígenas perpetradas por
grupos guerrilleros y paramilitares, cuya característica ha sido la extremada
sevicia que ha acompañado a tales matanzas y que inevitablemente traen a la
memoria colectiva el recuerdo de la barbarie que caracterizó a los autores de
asesinatos masivos cometidos durante el período conocido en la historia
política reciente de nuestro país como "la violencia" (1948-1962)3.
No obstante la gravedad de esta situación, resulta
paradójico su relativo desconocimiento en los medios académicos extranjeros y
la pasividad de la comunidad internacional para contribuir a su resolución.
Por tal motivo, como colombiano y académico comprometido con
la suerte de nuestro país, no podemos menos que agradecer al Instituto de
Sociología Jurídica de Oñati, el haber programado en esta Escuela de Verano, un
espacio para reflexionar sobre la violencia colombiana y explorar, desde esa
disciplina, posibles caminos de salida a la crisis humanitaria que ella ha
provocado.

A mediados del mes de noviembre de 1928, en el mismo año en
que Nicaragua fuera despojada de San Andrés y Providencia por parte de
Colombia, en el populoso Puerto de Santa Marta en la Costa Caribe de este
último país, miles de trabajadores se lanzaron a una huelga general en demanda
de un aumento salarial, acceso a beneficios sociales y mejores condiciones de
trabajo. La demandada era Trust norteamericano United Fruit Company, cuyos
directivos sordos a las demandas de los obreros solicitaron la presencia de la
fuerza pública. El Ejército y demás organismos armados del Estado colombiano,
amparados en una ley marcial, asesinaron entre diciembre de este año y los
primeros meses de 1929 a más de 3 mil personas.
Antes de la huelga, los obreros confiaron en la posible
ecuanimidad de las fuerzas armadas, sometidas desde años anteriores, a un
cacareado proceso de “profesionalismo”. Demostrado lo contrario, los
trabajadores recurrieron a desesperados mecanismos de autodefensa y entre otras
cosas, arrebataron armas a los guardas privados y a los policías para no
dejarse matar impunemente por una soldadesca que disparaba contra pacíficas
concentraciones, torturaba y asesinaba a dirigentes y activistas sindicales.
Una esperanza redentora
Un joven legislador liberal, Jorge Eliécer Gaitán, que
visitó la región, presentó a mediados de 1929 en el Congreso, pruebas más que
suficientes contra el desatino del gobierno conservador de la época. Demostró
lo justo y razonable de las demandas de los trabajadores; y que se había
utilizado “ilegal e irracionalmente al Ejército contra de ciudadanos
colombianos para proteger los derechos, la propiedad y los intereses de una
empresa comercial extranjera”. En lo adelante, este joven congresista sería
quien encabezaría una profunda campaña contra los abusos de las compañías
extranjeras y la defensa de las víctimas de la violencia en la Colombia rural.
Ésta última estaba cimentada en el atraso cultural y el fanatismo, alimentados
por los caudillos conservadores y la misma Jerarquía Eclesiástica. Los
campesinos protagonizaban verdaderas “vendettas” de aldea contra aldea, con la
complicidad del Ejército y funcionarios locales.

El latifundio se extendía a costa de los desplazados que
preferían deshacerse de la propiedad por un precio ridículo o simplemente
abandonarla para salvar sus vidas. Los representantes diplomáticos de EU, entre
los que se encontraron Artur Bliss Blane, el mismo involucrado en la muerte de
Sandino en 1934, justificaban los excesos del Ejército colombiano, en tanto
protegían intereses y vidas norteamericanas. Esta situación empezó a cambiar
por dos razones, al desarrollarse un amplio proceso organizativo en los
sectores populares por parte del Partido Comunista de Colombia (PCC, fundado en
1924). Las luchas sociales contra el sistema se incentivaron en los centros
urbanos, los enclaves de las compañías norteamericanas y los movimientos
campesinos, que desde esos años se vieron obligados a asumir la modalidad de
autodefensa armada, adquirieron un contenido político-ideológico.

Mas la peor amenaza para
este sistema y la esperanza para la solución de esta oscura situación en la
sociedad colombiana, estaba en manos del otrora joven congresista Jorge Eliécer
Gaitán, convertido hacia 1948 en el máximo dirigente del Partido Liberal y en
el virtual ganador de las siguientes elecciones de 1950. Gaitán, un abogado y
politólogo de filiación liberal, cuya Tesis doctoral había sido sobre “Las
ideas Socialistas en Colombia”, desde su ingreso a la política, demostró una
valentía sin par al denunciar los abusos de las compañías extranjeras contra
los trabajadores, y la conducta criminal de las fuerzas armadas a favor de
estas mismas transnacionales y de los terratenientes. Acumulaba a su favor
muchas ventajas su experiencia y prestigio como funcionario público durante los
gobiernos liberales de 1934 a 1946. En las elecciones de 1946, como candidato
presidencial de una fracción del liberalismo (el Partido Liberal Reformista),
presentó un programa en cuyo contenido planteó la realización de profundas
reformas políticas y sociales, pero sobre todo eliminar la violencia política.
Al fallecer de muerte natural Gabriel Turbay, el caudillo
tradicional del liberalismo a inicios de 1948 se convirtió en el máximo líder
del Partido Liberal. El Partido Conservador que había rescatado el poder en las
elecciones de 1946, representaba a la tradicional clase terrateniente. Su
caudillo, Laureano Gómez, un fascista confeso partidario del Franquismo
español, consideraba con sus ultramontanos seguidores que la solución del país
estaba en establecer un régimen corporativista, y que había que luchar por
todos los medios contra la “amenaza comunista” que representaba Gaitán, el PCC
y todo lo que oliera a reformas del sistema político.
El método más común de este partido era el uso de una
campaña de miedo en los medios de difusión y el uso de paramilitares, quienes
ejecutaban asesinatos selectivos y masivos de sus adversarios, principalmente
en las áreas rurales. Esta práctica brutal se incrementó a partir de 1946, en que
gracias al fraccionamiento liberal, asumió la presidencia el conservador
Mariano Ospina Pérez.
Las víctimas se contaban por millares. Sin embargo, esta
fuerza política estaba en franco desgaste, en contraste con el fortalecimiento
del liberalismo y el liderazgo de Gaitán, quien a diferencia de los demás
caudillos oligarcas, provenía de las clases medias y desde 1928 había mantenido
un constante vínculo con las clases populares, con las víctimas de la
violencia, para quienes creó organismos de atención social sin distingos
partidaristas.
Su honestidad y fácil oratoria le abrieron espacios más allá
del partido, llegando a tener entre sus partidarios a jóvenes oficiales del
Ejército y mandos policiales. Respondió a la violencia organizando grandes
movilizaciones políticas en todo el país, y aunque estaba adscrito al
liberalismo, pretendía romper con el predominio de las paralelas históricas y
la ingerencia norteamericana. Su programa era más cercano a lo que él y sus
seguidores llamaron “Socialismo Democrático”. Esto le granjeó el odio de la
oligarquía terrateniente conservadora, la desconfianza de los mismos oligarcas
y burgueses liberales, y por supuesto, el rechazo de los círculos de poder en
los EU. Los que basados en la óptica “Mccartista” veían en Gaitán un agente del
“comunismo internacional”. Todo esto a pesar de que el mismo caudillo guardara
prudente distancia de los comunistas locales
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